Aviso: Se requiere JavaScript para este contenido.
Rubén Olivera y Ernesto Díaz | Fundación Itaú Uruguay Rubén Olivera y Ernesto Díaz - Fundación ITAU — Institución educativa en Montevideo, Uruguay

Rubén Olivera y Ernesto Díaz:
“Rumbeamos muchas cosas hacia la austeridad porque los dos sintonizamos ahí”

11/10/2019

Rubén Olivera y Ernesto Díaz se cruzaron por primera vez hace treinta años en el camino de la música. Sin embargo, y a pesar de la mutua admiración que se profesan, es la primera vez que hacen un espectáculo a dúo que estará compuesto por una veintena de canciones de ambos. La invitación surgió a principios de 2019 del Festival Música de la Tierra y logró que “dos viejos amigos” encontraran “una excusa para parar un poco la rotativa de andar corriendo y saludarse al paso”.

¿Cuándo fue la primera vez que se cruzan en el camino de la música?

Ernesto Díaz [ED]: Fue en el año 89; yo tenía algo así como 17 años y fui a ver a Rubén que había ido a tocar a Artigas. Ahí charlé con él y conocí su “Álbum de fotos y canciones” y compré el disco, en aquel momento de pasta. Me quedé con su teléfono y cuando vine a Montevideo lo contacté para estudiar percusión en el TUMP (Taller Uruguayo de Música Popular) y terminé estudiando guitarra con él.

Rubén Olivera [RO]: Me acuerdo perfectamente cuando Ernesto fue a saludarme después de ese concierto. Todas las preguntas que me hacía, lo que le había llamado la atención, tenía que ver con mis búsquedas. Estaba atento a eso. Me preguntaba “y esto acá como lo hacés”. Había una escucha inteligente.

De tus clases salieron una cantera de músicos importantes de este país ¿Cómo haces para cuidar esa impronta natural que trae el músico y al mismo tiempo transmitirle técnica y conocimiento?

RO: Cuidar la impronta y la singularidad es el eje del trabajo. En general en las escuelas de música, el problema es que atienden la parte de la creación desde el hemisferio izquierdo lógico del cerebro. Ahí se enfoca toda la educación occidental. Entonces generalmente no hay un procedimiento para crear magia, para crear compositores, por más que salgas con un certificado de compositor. La base es conectar a la persona con su singularidad y ofrecerle los elementos de técnica que precise. Tampoco hay por qué saber todo. La cosa es que tome aquello que precia para ser él mismo. Mi intención es acompañar el tiempo que la persona quiere y en ese tiempo no molestar. Incentivar con informaciones puntuales mientras aparece la magia, la conexión consigo mismo. No se trabaja incorporando cosas de afuera, se trabaja sacando cosas de adentro.

¿Y esa impronta o singularidad en qué la ves plasmada en un músico?

RO: Generalmente manejo esta frase: “mostrame aquello por lo cual tu pareja se enamoró de vos”. Se precisa el espejo de afuera, porque estamos en un sistema que te ningunea, y uno mismo a veces se ningunea. En los miles de millones de personas del mundo, no hay dos colores de voz iguales. No hay dos personas con las mismas vivencias, sufrimientos o alegrías. Es preciso la conexión con eso. En el caso de Ernesto, nunca le dije “trabajá tu lado portuñol o tu lado fronterizo”. Él un día apareció con eso. Creo que al principio pensó que yo rechazaba su búsqueda de lo portuñol y en realidad le comenté que estaba bárbaro, pero que todavía me sonaba muy brasilero. Tenía que buscar más su singularidad de frontera.

¿Cómo viviste esa frase que te dijo Rubén? “Tenés que buscar más tu singularidad de frontera”.

ED: Lo que pasa es que a mí siempre me genera angustia la cuestión creativa y creo que es normal. Eso de buscar cosas que uno trae pero que la cultura no te habilita como material artístico. Es como al tipo que le enseñan a pintar con óleo y un día decide pintar con barro y tiene que romper las normas de la alta cultura. De repente hacer una canción que hablara de criollismo o de lo que el Estado y la cultura entendían como música del interior festivalera era mucho más cómodo capaz. Me generaba menos conflicto que hacer algo en portuñol que había que esconder. La propia gente que habla en portuñol se enoja de escuchar eso. Es válido. A mí me generaba angustia eso y cuando Rubén me decía lo que él veía, me costaba verlo. Y no lo ví hasta que me vine para Montevideo y me hicieron notar que tal expresión y melodía de la voz era diferente porque era de allá.

Y a la hora de la composición ¿es la melodía la que te pide componer en portuñol o español? ¿Cómo surge esa elección?

ED: No es solo la melodía. Es un todo. Hay un qué decir que tiene que ser así. A veces es un poco autoreferencial. Tampoco tiene por qué ser así; lucho contra eso. Yo creo que un candombe no tiene por qué estar diciendo “soy un candombe” o una milonga estar diciendo que es una milonga.

¿Te referís a que hay determinadas temáticas que piden determinada forma?

ED: Si, necesitan una forma y esa forma necesita un material y el material a veces es la lengua, la melodía, o ese toque medio fronterizo. Y a veces no, es más neutral. O es un español de frontera realmente, que no se nota tanto porque es español, pero igual yo lo pronuncio de una manera distinta a alguien de San José. Así como hoy un gurí del Cerro pronuncia distinto a uno de Pocitos. Porque está en un marco cultural y maneja una lengua materna que tiene otra melodía. Usa otras inflexiones y hasta otra pronunciación.

Fueron convocados por Música de la Tierra para hacer un concierto conjunto ¿Cómo fue la experiencia en estos meses de trabajo? ¿Qué fueron encontrando en ese camino?

RO: Por un lado el hecho de poder vernos más seguido. Nos veíamos circunstancialmente. Somos dos viejos amigos que con una excusa logramos parar un poco la rotativa de andar corriendo y saludarse al paso. Yo siempre fui admirador de las primeras canciones que hacía Ernesto. Hablábamos de la impronta, de ese sabor, que uno no sabe cómo se produce, ese ángel. Y uno puede, a partir de trabajar juntos, “arañar” un poco. En el caso de él su energía, su rítmica, su toque. En relación a Los Beatles decían que Lennon era muy buen “ritmista” en la guitarra. Bueno acá en Uruguay tenemos a Mateo, Jaime Roos, Pitufo Lombardo y a Ernesto Díaz. Un tipo de una solvencia rítmica admirable. Y dije “bueno voy a ver si puedo a acompañar y pegarme ahí”. Eso ya es un aprendizaje.

Lo que decís tiene que ver con un “swing” personal.

RO: Ahí está, tiene que ver con un tipo de swing. En este caso la llevada. Creo también que hay una cuestión que con Ernesto compartimos y es que a veces los egos pasan por arriba de ese swing. Una vez a Federico Righi le preguntaron “¿qué aprendiste tocando con Fernando Cabrera?”. Y dijo: “a tocar para la música”. Y ese es el tema. A veces el ego no permite eso. Pasa en algunos coros que hay distintas voces y todos quieren hacerse notar. Ahí se pierde dinámica, matices, fondo y figura. Tiene que ver con el escucharse y con la capacidad para fundirse en el otro. Es estar cada uno al servicio de la música, de la expresividad.

Y en tu caso Ernesto ¿cómo estás viviendo este proceso?

ED: Yo siento que volví a clases con Rubén. Es difícil hacerse el autoanálisis. Cuando estás trabajando te preguntás: ¿y ahora cómo juego yo? ¿De qué tengo que jugar? ¿Qué cosas me son fáciles y cuáles difíciles? ¿Con qué voy a laburar? ¿Qué es lo que tengo para hacer música? Me pasa que con todos los colegas y las colegas que trabajé y lo hice siempre desde el lado de la admiración. Pensando que el otro es mucho mejor en lo musical y en lo técnico. Siempre he tenido la suerte de trabajar con gente más solvente que yo. Entonces estás abierto a aprender cosas y a aportar. Y también a entender que el otro por algo pone onda para trabajar contigo y le gusta lo que hacés. Reflejarte en el otro y ver qué es lo que tenés para aportarle, qué puerta se le abre, qué le facilitás. Por ejemplo yo hace 20 años que toco con Ney (Peraza) y el Ney nunca se desmitifica para mí. No deja de asombrarme nunca y eso es una cosa que mantiene vivas las ganas de hacer cosas. Mi admiración por Rubén lo mismo. Refresqué muchas cosas de cuando era alumno de él y sigo aprendiendo.

¿Cómo están trabajando en el espectáculo? ¿Se propusieron algún hilo conductor? ¿Cómo se fue dando el proceso?

RO: Creo que pensamos primero un eje rítmico. Le dije a Ernesto que quería aprender de su swing. Entonces metimos muchas canciones que tuvieran que ver con esa energía. Pero hay una energía en lo grande y lo chico y también en el silencio. Rumbeamos muchas cosas hacia la austeridad porque los dos sintonizamos ahí. Ese es el tipo de sintonía de la cual hablamos. Nos manejamos con el tiempo, empezamos con lo rítmico y terminamos con el swing de la austeridad. “Esto sobra”, “esto acá es mucho”. Esta guitarra de cuerda de acero con la de nylon da Walt Disney, mejor con esta otra y con menos notas que lo tira a la tierra y no a lo espectacular. Ernesto conceptualmente, estéticamente, intenta irse de lo pop, de aquello que simplemente intenta ser agradable para los aplausos convencionales del momento. Él viene de una raíz y reivindica una raíz que tiene que ver con algo que no está invisibilizado sino reprimido, que es el mundo del portuñol.

Se trata de dejar al otro entrar en el mundo propio.
RO: Claro, es una relación de amor.
ED: Yo no tengo ningún proyecto donde no haya un vínculo afectivo, de cariño, de amor por lo que se hace y de admiración por la otra persona. Porque trabajo de eso y para eso, pero no hago guita con esto. No tengo un proyecto donde me tengo que fumar a fulano porque es famoso y entonces está él en lo suyo y yo en lo mío. Cuando me junto con mis compañeras y mis compañeros es porque hay un afecto de verdad, una búsqueda del otro, un respeto. Con mayor o menor acierto, pero hay eso. Sino no lo hago. No voy a pasar mal para morirme de hambre igual. Si me voy a morir de hambre por lo menos voy a morir feliz.

Entrevista: Moriana Peyrou
Fotografía: Nicolás Der Agopián
Para Fundación Itaú Uruguay


Recibí nuestro
boletín de noticias

Contactate