Leila Guerriero es dueña de un estilo que parece haber moldeado a su imagen y semejanza y representa hoy una de las firmas más destacadas del llamado periodismo narrativo o literario de Iberoamérica. Es una voz encendida a la hora de hablar sobre el ejercicio de la profesión en el mundo de hoy y no titubea al afirmar que “no existe una crisis de periodistas, sino una crisis de medios” a los que observa “como bola sin manija para hacer una síntesis en francés”.
Su pasaje por Uruguay, invitada por Fundación Itaú para ofrecer el seminario “Periodismo cultural: cambios y permanencia”, convocó a más de ochenta colegas durante dos jornadas.
Creatividad, imaginación, libertad y desobediencia, parecen ser palabras claves para vos a la hora de ejercer el periodismo ¿Estuvieron desde un comienzo, o forman parte de un camino que fuiste descubriendo con el ejercicio de la profesión?
Creo que esta constelación de palabras que mencionás, siempre estuvo ahí. Pero no siempre bajo la forma de palabras, sino en un hacer más bien. Siempre esas reflexiones que uno hace son a posteriori. No hay manera de reflexionar en un momento en el que estás haciendo. Se hacen con cierta perspectiva. Al principio, cuando empecé a trabajar creo que hacía un abordaje un poco más… ¿Cómo decirlo? Silvestre, sin tanta reflexión. Aunque después mirándolo en perspectiva te das cuenta que incluso, en esos momentos en los que no estás mirándote a vos misma, o pensando sobre cómo hacés lo que hacés, estás reflexionando.
De alguna forma cuando empezás a dar clases, seminarios o conferencias, o lo que fuere, por suerte te ves en la obligación de aplicar una cierta mirada sobre lo que hiciste y eso a mi me resulta siempre interesante. Pero no hay nada tan deliberado. Hay cosas que sí y hay cosas que vienen por naturaleza. Soy una persona sumamente desobediente. Desobediente hasta un punto. Soy una buena vecina y creo que hasta donde puedo tengo una participación ciudadana bastante digna digamos, pero en términos del esquema de pensamiento, de un abordaje de la vida soy muy desobediente y eso va de la mano de una libertad importante. Para mí es un valor bastante supremo.

Eschuchándote y leyendo tus libros y notas da la sensación que le ponés mucho el cuerpo a lo que hacés. Te involucrás con cada perfil, con cada entrevistado si se quiere hasta afectivamente ¿Lo percibís de esa manera?
Es que todo pasa en el cuerpo. Todo, la escritura pasa en el cuerpo también. Uno escribe con el cuerpo. Y no me refiero al acto mecánico de los dedos y el teclado. Esta mañana por ejemplo, muy temprano salí a correr, corrí una hora, una hora diez. Mientras corro escribo. De alguna manera es algo que está activado por algo que está haciendo el cuerpo. Sí, creo que hay una entrega física fuerte. Pienso de alguna manera que hay cierto ascetismo, cierta parquedad, cierta velocidad en la escritura, que tiene que ver con el cuerpo. Reconozco en el cuerpo físico esas características.
Estudiaste turismo pero siempre te dedicaste al periodismo. Pareciera que la escritura es un camino natural que venía contigo desde niña ¿Encontrar tu estilo, esta forma de hacer periodismo narrativo o literario, también fue algo natural o implicó una búsqueda?
Creo que eso fue también muy natural, porque nunca hice otra cosa que trabajar en revistas. Jamás hice noticia. El periodismo narrativo, la crónica, es lo contrario a la noticia. Siempre llegás después, tarde, vas lento. Entonces digamos que me mal acostumbré si querés a ese ritmo. Nunca trabajé con lo urgente. Soy lenta para mirar y lenta para entender lo que quiero decir. Necesito tener mucho material para sentirme segura, para poder escribir con seguridad. Soy muy segura cuando escribo pero necesito estar montada sobre una cantidad de material de investigación que me dé fluidez a la hora de escribir. Jamás podría pretender conocer a una persona haciendo una sola entrevista de una hora o dos horas.

En el seminario ponías en valor lo que aprendiste en las redacciones al lado de algunos colegas como Homero Alsina o Elbio Gandolfo entre otros. Y también hablabas de la importancia de la formación en general y de que los periodistas tengan su cabeza “bien equipada” ¿En qué medida es condición excluyente hoy en día para un periodista la formación académica en comunicación? ¿Recomendás otro camino distinto para el periodista que no necesariamente tiene que ser pasar por una facultad de comunicación?
No es una garantía para ser un buen periodista. De todas maneras hay carreras de periodismo que están muy bien diseñadas. Hay masters que son realmente buenos. No estoy en contra de que nadie estudie nada de lo que quiera. Sí me parece que hay instituciones que tienen la carrera mejor diseñada que otras, con más calidad de profesores. Me parece de todas maneras que en muchos lugares, se comentan poco algunas cosas, no hay apertura a otros lenguajes. No sé qué carrera periodística hoy en día incluye en su programa planes de lectura amplios, no solo de periodismo sino también sobre otras temáticas. Dejando eso de lado, lo que me pasa en mi propia experiencia cuando doy clases en masters donde sabemos que viene gente de distintas disciplinas es que los participantes más rígidos, no digo todos pero suele pasar así, son los que salen de las facultades de periodistas. Y los que están más liberados son gente que vienen de carreras como antropología o literatura. Gente especializada en literatura inglesa, sajona. Lo digo porque curiosamente me he topado con muchas personas que habían egresado de esa carrera y tenían una amplitud, una capacidad de recursos narrativos, un rango de prosa enorme y una gran libertad para usarla. Claro que tenés que explicar cuáles son las reglas del periodismo. Pero una vez incorporadas esas cosas, que son tres cosas muy fáciles de hacer, se manejan con una libertad mucho más grande. Entonces me pregunto a veces si la carrera de periodismo en algunos casos no te rigidiza.
En los ejemplos que pusiste en el seminario de colegas que se destacan en el periodismo narrativo, la mayoría son escritores, con una carrera con libros editados, muchos de ellos novelistas ¿Es una condición importante para hacer periodismo narrativo haber incursionado en la ficción?
No, en absoluto. Justamente las personas que mencioné en el seminario son personas que de alguna manera hicieron sus carreras en un mundo en el que escribir una obra de ficción era lo único que de alguna forma te metía en el canon. Hasta que no escribías una novela o un libro de cuentos bueno y eras solo periodista, no tenías una obra valorada. De hecho casi todos los escritores del boom latinoamericano fueron primero periodistas. Apenas pudieron tener cierto éxito y vivir de lo que escribían con sus novelas, como es el caso de Cortázar o Carlos Fuentes, abandonaron el periodismo porque lo vivían como una especie de gana pan. Salvo García Márquez y Vargas Llosa. Este último hasta el día de hoy sigue escribiendo columnas en el diario El País. El resto como que se apartó de ese oficio bastardo por decirlo de alguna manera. Pertenezco a una generación para la cual la cosa no pasa por ahí. No tengo la aspiración de decir bueno voy a entrar en el canon de algo. Si algo termina trascendiendo bien, pero no es la aspiración. Si uno hace algo para trascender es muy posible que no trascienda nunca. Entonces me parece que las visiones son distintas. Tengo muchos colegas que no han escrito una línea de ficción en toda su vida y que la escritura de ficción es algo que consumen como lectores agradecidos pero no aspiran a escribir. Me parece que somos mucha más cantidad ahora los que no tenemos la vocación de la ficción y eso no nos produce ningún complejo. No sentimos que estemos perdiéndonos de nada, ni sentimos que para que nos den bolilla o para que nos escuche alguien tengamos que escribir una novela. Por supuesto que hay gente que sigue haciendo las dos cosas y en algunos de los casos las dos cosas muy bien Un ejemplo es Mauro Libertela, que es un gran periodista argentino y también un gran escritor de ficción.

En ese método de trabajo, en el que pasás mucho tiempo con el entrevistado y su entorno ¿te cuesta encontrar la distancia justa con el sujeto sobre el que estás haciendo un perfil o escribiendo un libro? Cuál es la distancia saludable para poder producir un buen texto?
Creo que uno es humano. Les pasa a los médicos, a los psicoanalistas, hay momentos en los que ese límite se empieza a poner complicado. Pero si es una persona que está del lado del que conoce el oficio, hay maneras de volver atrás. Nunca hay una separación tan clara… Bueno, a ver, si la hay. Para mí es muy importante mantener esa distancia. Utilizo diversos recursos. Por ejemplo, nunca comento de qué estoy escribiendo con nadie a no ser con Diego, mi pareja. Pero nunca hablo de mis entrevistados confianzudamente. Cuando hablo de ellos y lo comento con Diego es porque necesito que él me diga que piensa de alguna situación.
Entonces, por ejemplo si estoy hablando con un “Beto”, nunca lo llamo así. Me refiero a esa persona como “este hombre que estoy entrevistando”, aunque de pronto pueda hacer dos años que lo estoy entrevistando. En mi relato incluso siempre trato de mantener esa distancia. Después por supuesto sucede que cuando estás tanto tiempo con la gente, no solo estás entrevistándola. Te mandan audios, están tristes porque pasan determinada situación y te lo dicen por teléfono. O los acompañas a un cumpleaños. Ahí es un poco de sentido común saber qué es lo que está hecho para ser público y lo que no. A veces la gente te dice directamente “ni se te ocurra poner esto”. Ahí aplicás el sentido común.
En el caso del libro sobre Bruno Gelber, la sensación es que realmente había un diálogo e información que estaba basada en una relación muy cercana, que había llegado a cierta complicidad y a lugares muy íntimos. ¿Cómo fue encontrar tu lugar en ese trabajo?
Con Bruno Gelber lo que hice fue utilizar esa cercanía que él imponía porque al comienzo todo el tiempo yo quería resguardarme en mi intimidad. Hasta que me di cuenta que tenía que soltar y dejar que eso pasara porque sino no iba a avanzar nada. Y entender que eso formaba parte de la historia de Bruno. Esa necesidad que tiene de hechizar a su interlocutor, de seducirlo. Eso forma parte de su personalidad. Si yo no entregaba esta parte no iba a funcionar. Y hubo como una especie de hechizo mutuo que utilicé mucho en el libro, como parte de la estructura periodística. El libro creo que en el subtexto se está preguntando todo el tiempo hasta dónde puede llegar un periodista. Creo que es un trabajo de riesgo, como todo trabajo con una persona a la que vas teniendo mucha exposición, todo el tiempo. A mi no me cuesta mucho dejar las partes afectivas afuera. Los respeto, los escucho, comprendo perfectamente cuando alguien me está confesando algo que no es para ser publicado. No me cuesta esa distancia. Creo que uno tiene que ser profesional. No hay nada más falsamente natural que una entrevista. El problema es si uno se confunde y cree que el otro le está confesando algo porque es un amigo. Hay maneras de despertar al soñador. No le vas a decir “ey, ey, soy un periodista date cuenta”. Pero si podés intervenir con una pregunta que vuelva sobre lo que esa persona está diciendo, desde un ángulo no sentimental, para volver al camino. Por supuesto que buscás que el otro se abra. Es un hilo muy fino. En general entrevisto gente que tiene capacidad de decisión. Si me reciben y acceden a estar tanto tiempo conmigo también saben a qué se someten y se exponen. Entonces no soy yo la que tiene que estar cuidándolos.
¿No te cansás o te agotás de tu propia voz? ¿Cómo te reciclás, cómo buscás nuevos recursos cuando eso pasa?
Si, por suerte. Creo que hay una voz, una especie de coloratura o de tono, pero sí me canso. Claro que sí. Cada tanto la escritura cambia. El estilo se modifica, por muchas cosas. No sé si es como un hartazgo… Creo que sí, que en parte tiene que ver con eso, con decir esto lo sé hacer. Ya agoté este recurso. Necesito ir por otro lado. El método es más o menos siempre el mismo, pero la voz muta. Eso tiene que ver con influencias, lecturas, cosas que te pasan en la vida. Experiencias, exponerte a diversas situaciones. A veces estás tomada por una voz más encendida, otras veces por una mucho más escéptica. A veces es un poquito más barroca, otras veces más astringente. Entonces bueno, creo que hay que tener un abanico grande de recursos.

¿Cómo es ese abanico de recursos ¿A qué apelás en esos momentos?
No sé si es apelar… Creo que es un trabajo de salir de la comodidad del recurso de siempre, que tampoco sé bien cual es digamos. Pero sí es eso. Más que nada es empezar a explorar, hacer pruebas, experimentos, mezclar cosas distintas, nuevas, cosas que seguramente no inventó una. Podés leer cosas muy distintas a las que estabas leyendo. Es como entonar en otro tono. Vocalizar en otro registro, en otra nota, más alta, más baja. Algo que te va poniendo muy incómodo al principio y que después fluye o no fluye. Por ahí tenés que volver a cambiar digamos. Pero es muy desafiante también eso.
Si mirás para atrás ¿podés ver en qué momentos hubo un quiebre, un cambio en tu escritura?
Sí claramente. Lo primero que detecto muy claramente es en “Los suicidas del fin del mundo” que es el primer libro que escribí. No volví a escribir como antes después de ese libro. Y sé que encontrar la voz de ese libro fue algo importante. Haber encontrado esa voz tiene que ver mucho con una escritora norteamericana que se llama Lorrie Moore. Mucho. La leí en 2001 por primera vez inesperadamente. No sabía quién era, me llegó un libro al escritorio de La Nación. Lo abrí, lo leí y no pude parar. Ahí encontré esa voz completamente descarnada. Muy, muy acética, muy monacal si querés. Eso lo puedo detectar fácil. Y después hay otro momento con un texto que no es muy conocido, porque fue publicado en un libro, que es sobre tres textos de David Foster Wallace. Es un autor que para mí también fue como chocar con un meteorito. Escribir ese texto, por lo que implica la figura de Foster Wallace, fue también como un pasar a otra cosa. Pasar a una manera distinta de adjetivar, de frasear. Pero fluctúo también. No todos los textos necesitan de la misma intensidad, ni de la misma velocidad.
Creo que esos fueron momentos muy de pasaje. Totalmente. Seguramente ha habido otros pero esos los reconozco como fuertes. Y haberme quedado bastante como vacía después. Hasta que de vuelta empezás a remontar y todo eso se transforma en una voz. Recogés un poco las velas y volvés a desplegarlas. Pero cuando recogés las velas hay una sensación de zozobra. De decir ya hice todo, no tengo nada más que decir.

Mencionaste en el seminario que no hay una crisis de periodistas sino una crisis de medios. ¿En qué la percibís o cómo la podrías describir?
Los veo un poco como bola sin manija para hacer una síntesis en francés de lo que veo. Hablo con editores de muchos medios de habla hispana y por un lado está esta cosa del discurso de la calidad, del periodismo investigado y por el otro lado ves que cuando publican, sobre todo en las versiones online de esos medios, se parecen cada vez más a una revista de chismes. Desde la manera de titular… Esta cosa de “qué dijo Messi cuando salió del vestuario”. Y abrís la nota y dice “dijo buen día”. Entonces siento que por un lado tienen el discurso de la calidad periodística y por otro están tratando a los lectores como si fueran idiotas. También está el tema de que las mediciones que hacen les dicen que los lectores lo que quieren leer es ese tipo de cosas. El medio de comunicación era antes un sitio al que ibas a buscar algo que desconocías y que intentaba de alguna manera desafiarte. Siento que ahora hay como una desesperación por captar audiencia como sea y que en el fondo es una carrera por el dinero. Obviamente necesitás tener anunciantes y todo esto, no soy inocente, es un negocio. Pero me parece que no es cualquier negocio. No es lo mismo tener un medio de comunicación que una fábrica de cocinas. Entonces me parece que se va perdiendo cada vez más ese rol, de alguna forma social, de intervenir en la conversación pública, de incidir, en pos de lograr clics para vender. La verdad no tengo la respuesta de cual es la solución. Porque también entiendo que si un medio de comunicación no tiene publicidad se derrumba. Esto es así. Sé también que el mundo de la publicidad en la web es el peor de los mundos posibles. Es también muy complejo abrirte en eso. Pero me pregunto si haber invertido la carga no será también estar dándose un tiro en el pie. Estar pensando más bien todo el tiempo en lo que quieren las audiencias antes de pensar los mundos que queremos contarles a esas audiencias. Por ahí estoy siendo un poco naif digamos, pero me parece que es como una discusión que hay que dar. La crisis de los medios de comunicación la podemos ver en todo. En los sueldos de los periodistas, en la precarización del trabajo y en el hecho de que muchos de los diarios han aniquilado sus equipos de investigación, ya no existen casi. Ni hablar de correctores. El corrector era una figura maravillosa. Cuando entré a La Nación cada sección tenía un corrector. Turismo tenía un corrector, la Revista del Domingo tenía un corrector, el suplemento de cultura tenía un corrector. Era una figura importante. Gente que sabe mucho del manejo de las palabras, del uso del lenguaje, de la conjugación de un verbo.
¿Por qué no tenés redes sociales?
Mirá, Fran Lebowitz dio una respuesta que me parece fenomenal y que me la apropié. En el documental que le hizo Scorsese, en un momento él le preguntó eso y la tipa dijo “no tengo redes sociales porque no sepa lo que son, sino precisamente porque sé lo que son”. Por eso. Porque sé lo que son. Me parece que son sumamente distractivas, muy adictivas. No tengo de verdad esa necesidad de estar diciendo cosas todo el tiempo. Me parece que el trabajo mío consiste más bien en quedarme callada, contemplar y tratar de pensar algo y decirlo cada tanto. No le encuentro el beneficio. Y sí encuentro que son una fuente de distracción y de auto celebración, una cosa muy narcisista. Hay gente que es sensacional con las redes, inteligente y sabe traficar información a través de esa inteligencia. Busco informaciones ahí que me resultan interesantes pero las leo como quien lee una revista, un suplemento. Y una cosa me va llevando a la otra.
Si tuvieras que hacer un perfil de Leila Guerriero ¿dónde pondrías el foco y quiénes serían esas personas ineludibles a las que habría que entrevistar?
Yo no haría un perfil de Leila Guerriero y jamás contestaría esa pregunta.
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Entrevista: Moriana Peyrou
Para Fundación Itaú Uruguay