¿De dónde nació en vos la motivación de bailar?
Bailo desde que me acuerdo. Siempre fui movimiento. Aprendí a hacer sola el paro de mano, la rueda de carro, el puente, todo. Ya de muy chica, a los 7 u 8 años, creaba shows y hacía coreografías. Elegía las músicas, el vestuario, hacía los programas. Me acuerdo que me escondía atrás de un murito que había en la cocina y mi abuelo decía “que salga la bailarina, que salga la bailarina”.
¿El abuelo ya veía una bailarina?
Él me decía “que salga la bailarina” porque veía que era muy grácil. Era realmente una encantadora del movimiento. Y fui por ahí; de niña ya sabía que mi vida era eso.
¿Se podría decir que estuviste siempre en tu elemento?
Exactamente. Yo soy la misma, lo único que ahora tengo experiencia. Fui a la profundidad de eso. Siempre supe lo que iba a hacer o lo que quería hacer. Nunca me cuestioné. El tema es darse cuenta que ese es tu elemento. Es una de las cosas que todo el tiempo le digo a mis hijos: ¿vos quién sos? ¿a qué viniste?. Porque a algo viniste ¿qué es ese algo? Darle las herramientas, para que descubran qué les interesa, qué los hace felices. Porque es ahí donde van realmente a realizarse.
¿Podés visualizar claramente los caminos de investigación que en tu vida te fue abriendo la danza, desde niña hasta hoy?
Sí, porque los de mi generación nos tuvimos que formar solos. No existía ni una Escuela Nacional de Danza Contemporánea, ni una licenciatura, no existía nada formal. Lo único que había era la danza clásica o el folclore. Entonces egresé de la Escuela Nacional de Danza, sabiendo que yo no quería eso pero que necesitaba una formación sólida, un papelito, una carrera, una base. Tampoco había en Uruguay tantos grupos independientes de danza. Estaba Hebe Rosa, Graciela Figueroa y alguno más. Era todo muy nuevo para mí; estaba como empezando a ver y a entender cómo era la cosa. Y un día descubrí a Florencia Varela.

¿Cómo se dio ese encuentro con Florencia Varela?
Yo vivía en el edificio de la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) y un día voy a la ACJ, entro al teatro y había una mujer que estaba dando una clase. Era Florencia Varela y cuando la vi me quedé enamorada. Dije “yo quiero eso”. En aquel entonces estaba en la Escuela Nacional de Danza, y un día aparece Florencia Varela a dar clases de moderno. Bajo por las escaleras y la veo a ella en la escuela y la cara de felicidad que me vino fue gloriosa. Ahí se me abrió el mundo. Vi que en Uruguay era posible.
¿Cómo se dio tu incorporación a Contradanza?
Cuando egresé de la escuela, Florencia propuso que yo hiciera una especie de audición frente a las integrantes del grupo. Pasé la prueba y a partir de ahí entré a Contradanza. Fue como que obtuve mi base, caí en el mejor lugar de creación. Siempre digo que Contradanza es la madre de mi danza, de lo que soy hoy.
¿Y no seguiste con la danza clásica?
Tomé una gran decisión porque unos meses después de que egresé de la Escuela Nacional de Danza, se abrió una audición para entrar al Sodre. Egresé en diciembre de 1989 y en 90 se hizo esa audición pero hacía años que eso no sucedía. Los bailarines entraban por contrato al Sodre. Estaba muy oscuro todo eso. Era muy malo el ballet del Sodre, daba lástima, era medio patético. Entonces mis colegas me llamaban y me preguntaban “¿Andrea te vas a presentar?”. Yo les decía “no, ni loca voy a meterme al Sobre; ahí te morís”. Y nunca más volví a lo clásico de esa manera. Seguí tomando clases con Raúl Severo, que era un gran maestro, como para mantenerme. Lo que me motivaba era el entrenamiento, pero no me satisfacía completamente. Hasta que llegó el Aikido y ahí sí que explotó mi vida.

¿Cómo se cruza la danza contemporánea con el Aikido?
El lenguaje de Contradanza era un lenguaje propio, no era el código normal de la danza moderna. Creo que nosotros hicimos esa historia y la mayoría de los creadores que están hoy en día haciendo cosas así salieron de Contradanza. Una de las cosas que hablamos en Gen con Pablo (Casabuberta), es que hacer danza, pintar o escribir, una cosa potencia a la otra. Si bailás mejor, pintás mejor, escribís mejor, hablás mejor. Todo es mejor en la medida que lo hagas de verdad.
Lo que pasó fue que un día Verónica (Steffen) llegó y dijo “hay un arte marcial que se llama Aikido y que parece que está genial”. Entonces empezamos a averiguar donde había Aikido y resultó que era a la vuelta de Contradanza. A tres cuadras había una clase que era a la una de la tarde y nosotras en general ensayábamos de dos a cinco, porque después dábamos clases. El Aikido es una forma de la vida. Es más allá de la danza y como la danza, se trata de la vida misma.
¿Te referís a que se trata de una forma de vivir y de hacer?
Todo está en todo. El resolver situaciones, cómo entrar y salir de la danza, cómo entrar y salir de una relación. Al igual que la danza, te abre y estimula la percepción. Es una de las cosas que estudio. Llevo a mis alumnos a estados de trance. Los estoy manipulando, son experimentos realmente. Por ejemplo en Epifanía que es una de las obras que vengo trabajando hace años, uso herramientas del Aikido, de danza y de Chi Kung que es un arte chino. Ahí experimentás todo lo que tenés que ceder. Todo se ve; si sos dominante, si no lo sos, si tenés miedos, si no los tenés, está todo ahí. Y eso pasa en la danza. O bailas con miedo o sin miedo. Cuando estoy dando clase, les digo “muéstrenme el espacio”. No hagan movimientos así nada más, muéstrenme el espacio. Es cómo haces las cosas. El cómo es fundamental, cómo pintas, cómo investigas, cómo te movés. Es cómo hacerlo.

¿Y la ciencia y el espacio Gen, cómo entran en el mundo del movimiento?
Gen y los genes que se cruzaron con Pablo Casacuberta, me atravesaron a mí y los míos a él. Cuando vivís con una persona apasionada de la neurociencia, empezás a entender. Todo lo que hago es porque tengo este cuerpo, porque somos este animal. Me contagió, me apropié y empecé a trabajar en este camino. Pablo me habla de estos temas y yo pienso “esto yo lo podría poner en movimiento”. Fue una dupla muy virtuosa porque enriqueció aún más lo que ya era y soy desde que tengo uso de razón. Es como que se ensancha. Pablo siempre dice que “la vida tiene un largo finito, pero el ancho depende de vos”. Es increíble cómo se ensanchó mi vida con todo lo que fui encontrando. La Escuela Nacional de Danza, Contradanza, el Aikido, Pablo, los hijos, más otro hijo, más este espacio. Realmente estoy más que agradecida con lo que fui eligiendo y lo que me fue tocando. Parece que hice las cosas bastante bien, o las voy haciendo bastante bien porque todo es un ida y vuelta.
¿Cómo trabajas un espectáculo a partir de la ciencia? ¿Cómo es el proceso de creación?
Está buenísimo porque estoy creando ahora mismo el cuarto espectáculo. El primero fue el “Azar y la necesidad”. Con esa obra egresé a mis hijas de la danza. Una de ellas tenía cuatro años cuando arrancó conmigo y egresó cuando ya tenía 19. Les hice un trabajo para ellas, como cuando las presentás en sociedad. Acá está este ramillete de bailarinas. Úsenlas, tienen una cantidad de información. Hice la formación aprendiendo con ellas, absorbiendo lo que a mí me parecía; ojalá yo hubiese tenido una formación así. Ellas son ahora las nuevas generaciones que están con unas ganas increíbles ¡Y que superen al maestro! Vamos, empiecen a enseñarme a mí, es lo bueno de todo esto. Después de eso hice “Historia natural de la belleza”. Trabajé sobre la biología, los cortejos de los animales, la belleza. Después seguí con “Big Bang”, que fue desde la inspiración de la física. Fue mucho más específico y trabajé con científicos para montarla.

¿Hay un proceso de investigación tuyo primero y luego lo conversás con Pablo y con otras personas?
Primero mío. De leer y de conversar. Con “Historia natural de la belleza” fue con Pablo. Nos íbamos a tomar café o hacíamos almuerzos de trabajo. Llevaba mi cuadernito y le hacía preguntas. Sacaba ideas de creación que se iban acotando hasta que llegaba a hacer el casting, a tener el elenco y a juntarme a trabajar el movimiento específico. Con “Big Bang” consulté a un físico, a un especialista en robótica, trabajamos con una iluminadora, vestuarista, músicos, bailarines. Todas esas personas estuvieron una semana investigando y aprendiendo física, hablando de la partícula, el núcleo, las leyes de la física, la entropía. Entonces cada vez que me planteo un nuevo espectáculo se trata aprender algo nuevo. Es trabajar sobre lo que me motiva, sobre lo que me mueve.
¿Salir del lugar de confort también?
Exactamente. Salir de ahí, es la manera de aprender. Ahora estoy creando “Sinapsis” y estoy con el tema de las neuronas. Estoy trabajando con una neurocientífica, que ha venido a darnos charlas.
¿Qué estás aprendiendo sobre el tema “sinapsis” y a partir de allí qué caminos está tomando la creación?
Uno hace sinapsis sobre todo cuando está jugando. Cuando jugás no tenés tiempo de pensar, tenés que accionar. Todo eso es posible llevarlo a la vida, a las conexiones con los cables, las conexiones en internet, las conexiones de todas las redes sociales. Está todo lo que pasa adentro del cuerpo; estamos llenos de circuitos, de redes. Es increíble, estoy fascinada con el tema. Lo íbamos a estrenar este año, pero me di cuenta que le tengo que dar un poco más de tiempo. No me quiero conformar, no me gusta conformarme.

¿Y vos cómo te proyectas hacia adelante? ¿Cómo te visualizas dentro de 30 años?
Nací siendo bailarina y voy a morir siendo bailarina seguro, o en el escenario de un ataque cardíaco. Un día sé que no voy a poder bailar como ahora pero igual en la danza contemporánea todo depende de cómo lo hagas. Podés llenar los corazones de tanta gente sin necesidad de una gran pirueta. Sí es preciso ser una gran artista. Yo me veo de aquí a treinta años siempre llena de cosas, con entusiasmo, porque eso es lo que nos mueve. Apostando siempre a que “sí” y allá vamos. Tenemos la ambición o el deseo de poder fundar un liceo de artes y ciencias en un futuro.
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Entrevista: Moriana Peyrou
Fotografía: Luis Alonso
Para Fundación Itaú Uruguay