Alguien dijo alguna vez que el juicio debe estar siempre bien por encima de una obra para que esta pueda ser verdaderamente buena. Ahora, este juicio no supone añadir futilidades a lo que es, en última instancia, una imagen. Importa acaso en el momento de su creación, no de su exhibición.
Las imágenes que forman parte de esta exposición no comparten un tema, propiamente trazado. Se podrán acaso sostener, o no, por sí solas, pero no existe a priori un mensaje que las mancomune y las respalde.
Si bien la imagen conduce y sugiere un sinfín de pensamientos, no por ello debe declamarlos; o necesitar de un orador que la acompañe. Esto la hace, cuando menos, infinitamente menos interesante, y cuando más, peligrosamente mentirosa. Cuando el arte se torna discurso, y vuelve los ojos sobre sí, allí es cuando se convierte en arte por el arte. Algo que nunca fue, ni pretendió ser.
El texto como acompañamiento simultáneo a la obra ya es excesivo. Incluso superfluo. Se trata de otra reflexión, para otro momento; que evite no tener ninguno: ni la reflexión, ni la exhibición. Tampoco, como a todo texto que acompaña una exposición, debe prestársele demasiada atención cuando de contemplar la obra se trata. Sólo la suficiente. Y a distancia.
Matías Ventura