Inauguración: 10 de marzo a las 19 h en la sala María Freire.
Persevera el imperativo de los grandes planos para sus monumentales y crípticas narraciones, elocuentes en su persistente mutismo. Sus polípticos conviven con planos bidimensionales verticales estrechos, a veces insuficientes per se, completándose en piezas paralelas como episodios fragmentarios de su relato. La honda sustancia de un todo desasosegado se mantiene, permitiendo sin embargo restringidas efusiones por donde aflora el espíritu delicado, sutil de sus melancólicos collages, lenguaje recuperado a veces y aplicado sobre la violencia pictórica de sus telas como el remanso emergente de un recuerdo.
Las composiciones, oscilando entre la monumentalidad horizontal y la verticalidad estilizada, de esquema compartimentado como una secuencia de expresiones afectivas coherentes o contradictorias, no carecen de una dignidad solemne, concluyente en sus pinturas de mayores dimensiones. Una belleza salvaje, agresiva, rotunda, sin embargo dolida y elegíaca a veces. La potencia desgarradora, persistencia esencial en esta serie reciente de pinturas hoy despojadas de ciertos símbolos antes constantes, persevera enfática en otros íconos como la admonición surgida de una percepción del mundo y de su resonancia íntima. Sentirse extranjero en un mundo que ya no se reconoce como propio: realidad externa y amparo en un sí mismo recluido tras estructuras imaginarias que impiden el acceso y el escape; los códigos se resignifican tácitamente como salvaguarda.
En la pintura de Sandleris perdura un rico yacimiento de pasiones, fulgores emergidos como acordes profundos de gamas cromáticas, entramados en ficciones de pseudo profundidad, formas embozadas por veladuras, en que cohabitan lo tumultuoso, la violenta agitación de carácter formal con un delicado sentido de la intimidad, de lomágico insondable. El espíritu áspero, con carácter permanente en su obra, fluye voluptuoso, desbordado en armonías bárbaras tanto como lejanas, graves y profundas. Tinieblas caóticas, hogueras encendidas, lluvias violentas, fondos blancos como espacios desanimados o transparentes de inconfesable materialidad. Sombras oscuras se surcan de frágiles hileras de claridad para repetir obstinadas sus reductos desolados, su feroz desamparo desdoblado en refugio contra el afuera abominable.
En el arte se busca lo que está en la imagen y también lo que está más allá, una revelación de sí mismo, una certeza legítima del conocimiento. El tiempo queda aprisionado y a la vez anulado en la obra: es el presente eterno inexistente. Quien contempla la pintura de Analía Sandleris, por un momento también se integra a esa realidad ajena, se convierte en parte de ese juego cuyas reglas estableció la artista. La experiencia fascinante e inhóspita de integrarse a este universo tan lleno de espanto y a la vez de consuelo, propone una confrontación con el mundo, como la de cada individuo que anda solo – el que ve y el que ignora –, perdido frente a la inmensidad de lo desconocido, frágil e indefenso aun en su estúpida soberbia.
María Yuguero